Revolución urbana para mejorar la calidad del aire

 

Hace 24 años, el 18 de mayo de 1993, una decena de activistas colocaron una máscara y tanques de oxígeno a la escultura de la Diana cazadora para exigir a las autoridades del entonces Distrito Federal, medidas estrictas para disminuir la polución del aire, que en ese momento nos colocaba como la metrópoli más contaminada del mundo. Ve el video aquí

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Con esta protesta nació Greenpeace en México (aquí la historia) logrando unos meses después que el gobierno de la capital del país reconociera que la concentración de contaminantes era mucho mayor de lo que admitía e incorporara la cuantificación de otros compuestos, como el benceno, para fortalecer el monitoreo de la calidad del aire.

La década de los 90 tuvo grandes avances que para mejorar el aire que respiramos: se crearon leyes y programas como el Proaire 1995-2000, que incluía por primera vez la importancia de la salud, se destinaron recursos para la implementación de las estrategias gubernamentales, se crearon las secretarías de Medio Ambiente federal y local, entre otros hechos que marcaron una progreso visible en el tema.

Hoy, por segundo año consecutivo, después de casi 15 años, nos enfrentamos a una situación crítica en materia de calidad de aire. Seis días de contingencia ambiental en la Ciudad de México y la zona metropolitana nos hacen preguntarnos lo obvio: de qué ha servido tener el Hoy No Circula, la verificación vehicular, el Metrobus, si de los 140 días transcurridos en 2017, solo 9 se pueden catalogar como “limpios” de acuerdo con el Sistema de Monitoreo Atmosférico de la capital.

Estas medidas han servido para mejorar la calidad del aire, pero los tiempos son otros y ya resultan insuficientes, necesitamos cambiar el enfoque que por décadas se ha centrado en restringir la circulación de autos particulares y renovar el parque vehicular, lo que ha generado que el número de los automóviles siga creciendo, incrementando el tránsito y la concentración de contaminantes. Necesitamos una revolución urbana.

La Ciudad de México y su zona metropolitana es una de las 5 megaciudades que existen en el mundo con una población de más de 20 millones de habitantes y tiene 4 millones 600 mil automóviles circulando (y contando), lo que ocasiona severos daños ambientales y deteriora la calidad de vida de las personas que viven y transitan por ella.

Claro que nos van a decir que ya existe el Metrobus, el suburbano, que las líneas del Metro conectan a toda la ciudad y el Estado de México, que tenemos el corredor Cero Emisiones y que hay ciclovías. Cierto, pero la infraestructura ciclista no está necesariamente conectada y el servicio de transporte público es insuficiente ante el aumento de la demanda, factores que contribuyen a que la gente siga prefiriendo el auto particular.

Por si fuera poco, se siguen haciendo obras para los vehículos automotores, mal gastando recursos públicos en lugar de invertirlos en mejoras de transporte sustentable.
 
Para muestra un botón. El gobierno federal invertirá 38 mil millones de pesos en el tren México-Toluca, con ese dinero se podrían construir 29 líneas de autobuses de tránsito rápido (BRT, por sus siglas en inglés) que resolverían la movilidad de los municipios mexiquenses cuya población viaja hacia la Ciudad de México.

Las autoridades, estatales, local y federal, deben dar un giro radical a su política y abordar el problema de fondo: transformar la movilidad en la Ciudad de México y la zona metropolitana, apostar por transporte público eficiente, seguro y de calidad; así como impulsar el transporte no motorizado y un plan de desarrollo urbano que prevenga conflictos de movilidad, calidad de aire, pérdida de tiempo y expansión urbana descontrolada, tal como la sociedad civil lo ha señalado durante años.

La solución va más allá de sustituir microbuses o restringir la circulación de vehículos unos días, pasa por políticas integrales y una Revolución Urbana de la ciudadanía activa exigiendo aire limpio y respeto a sus derechos humanos de un medio ambiente sano y la salud desde diferentes frentes, como lo hacen las miles de personas que se han sumado a Greenpeace en estos 24 años, gracias a quienes la esperanza de un mundo mejor se convierte en realidad. (Más información aquí)

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